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lunes, 12 de marzo de 2012

Pakbeng-Oudomxay-Nong Khiew

Salí de Pakbeng a las nueve de la mañana y nada más me senté en el autobús me acarició los pelos del brazo el tío que se sentaba a mi lado abriendo los ojos y riéndose. Ese fue mi primer contacto carnal en Laos, pero en ese viaje tuve muchos. Era imposible que mis piernas cogieran en el espacio entre asientos así que me atravesé como pude en el pasillo y como íbamos recogiendo gente a pesar de ir completos, acabé con niños en el regazo.
El trayecto fue por una carretera asfaltada, atravesando pueblos llenos de niños, gallinas y perros y con un paisaje bastante deprimente por la tala de grandes extensiones a ambos lados de la carretera para dedicarlo a cultivos. Cuando llegué a Oudomxay me encontré con que no había forma de salir de allí hasta el día siguiente. Una ciudad a la que espero no tener que volver jamás, que no ofrece nada interesante que hacer o que ver y de la que lo más que recuerdo es el sonido de los escupitajos, el polvo y el hecho de que estaba en manos de chinos.
Los chinos son legión aquí. Empresas chinas están haciendo carreteras por todo el norte, ya que hasta hace bien poco la única forma de llegar a muchos pueblos era por el río. Talan los bosques, cultivan los productos que luego exportan a su país y venden sus motos, coches o electrónica en Laos.
Como me dijeron que a veces los autobuses se llenan bastante antes de la salida, al día siguiente estaba en la estación a las siete de la mañana para escapar de aquél lugar y conseguí plaza en la furgoneta que salía hacia Nong Khiew a las nueve. En la misma furgoneta viajaban un canadiense (Rob) y un malayo (Tan) con los que hice pandilla. Después de más de cuatro horas por una carretera de montaña asfaltada sólo a ratos y tragando polvo, ya éramos amigos de toda la vida. Y mereció la pena el viaje, porque si por el camino había mucho bosque talado y pueblos miserables, aquí la vegetación lo cubre todo, el río está limpio, la gente es alegre y amable y uno se siente recompensado con las vistas y el aire fresco y limpio. Grandes paredones de caliza cubierta de vegetación rodean el pueblo, que está dividido en dos barrios por el río Nam Ou, una parte donde viven la mayoría de los lugareños y otra donde se concentran las pensiones para viajeros, unidas por un gran puente.
Nada más llegar, los tres buscamos habitación, soltamos la mochila y fuimos a hacer el reconocimiento del pueblo. Vimos venir a un occidental dando tumbos por la calle, envuelto en polvo de la cabeza a los pies. El canadiense le dijo algo y éste paró e intentó hablar, casi se cae y lo dejamos sentado en el suelo. Tan y yo nos acercamos a lo que parecía una fiesta y enseguida comprendimos de dónde venía el tipo aquél a las cuatro de la tarde con semejante curda.
Muchas personas bailaban vestidas con sus mejores galas. Había chicas muy elegantes y guapas y todos estaban apretados unos contra otros con su respectiva pareja pero sin tocarse, dando un paso a un lado y dos al otro girando en círculo alrededor de la pista. Un hombre orquesta cantaba y animaba la fiesta.
Entre los que bailaban había al menos dos hombres que nos hacían señas para que nos acercáramos mientras nosotros contemplábamos la escena sonriendo y saludando tímidamente con la mano. Era una boda y cuando nos dimos cuenta estábamos sentados en una mesa con el novio, el padrino, el cuñado y no sé cuánta gente más. Nos estrecharon la mano cien veces, fuimos palmeados en la espalda, nos pusieron un vaso en la mano y no pararon de rellenarlo de cerveza y whisky mientras brindábamos una y otra vez por cualquier motivo. El padre del novio abrazaba a mi compañero y le daba besos, otro me explicaba los parentescos entre ellos y las diferentes etnias a las que pertenecían cada uno y había cientos de botellas por el suelo, todo el mundo muy borracho y la música a todo volumen. Durante una hora fuimos sobados, abrazados y estrujados hasta que pudimos escapar por pies sin despedirnos. Así fue mi entrada en Nong Kiew.










                                             el heladero





                                                mi cama merecía una foto







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