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miércoles, 29 de febrero de 2012

Pai

Salí temprano del hostal comuna de Chiang Mai y me acerqué a la estación a ver si conseguía un bus a Pai, más al norte. Una hora después salía en furgoneta con otras quince personas hacia las montañas. Los únicos occidentales aparte de mí eran una pareja de alemanes muy majos con los que fui hablando todo el camino. La carretera fue una sucesión de curvas montaña arriba y después de 130 km. y tres horas y media llegamos a destino.
Pai en sí es un pueblín con tres calles y un montón de caminos perpendiculares a éstas y un río, pero no sé por qué razón está lleno de gente, aunque ahora es temporada baja, y todo él está orientado al turismo y lleno de tiendas y cartelería anunciando todo tipo de excursiones. Algo sabía al respecto pero me habían dicho que merecía la pena parar para descansar, tranquilo y agradable. No me lo quiero ni imaginar si llega a tener playa. Son casi todo extranjeros, aunque últimamente también es un importante destino de vacaciones para los tailandeses. No me compliqué mucho y en el primer hostal que entré me quedé. Una granja con una serie de habitaciones que daban a un jardín, cama enorme, baño y ducha dentro para mí solito por primera vez.
Tenía pegado al recinto una acampada de monjes budistas que parecían estar de ejercicio de convivencias. Cuando llegué, los monjes estaban recitando sus mantras, uno por el equipo amplificado y los demás, unos treinta, repitiendo alrededor del altar. Todo muy bucólico.
Me dí una vuelta por el pueblo, que a pesar de estar lleno de farang, resultaba amable y acogedor, especialmente por la noche con la iluminación de las velas y lámparas de colores y con infinidad de locales muy sencillos pero decorados con gusto. A lo largo del río había cabañas para alquilar y varios puentes de troncos de bambú para cruzar a la otra orilla. Estuve tomando algo en varios locales, especialmente me gustó uno que se llama Good Life, con una carta de tés muy sugerente, donde hacían un chai con gengibre riquísimo. El local estaba hecho de madera, luego ví que como casi todos, con columpios para sentarte a la mesa, futones para estar tumbado, dos paredes cubiertas de semilleros de arroz y las otras con libros. Podías leer, alquilar, comprar o cambiar tus libros y había una buena selección de guías de viajes y mapas de la zona.
Cuando volví a mi habitación, con ganas de amortizar todo el lujo del que disponía para mí solo, a eso de las doce, comprobé que la cama tenía un colchón que no era más que una tela recubriendo un trenzado de muelles, ideal para un fakir. Como había tres mantas encima de la cama, además de un edredón, las extendí para cubrir aquellos alambres y me metí en mi saco sábana.
Bien, pues como a las dos de la mañana me desperté muerto de frío porque la temperatura debió de bajar de los 38º del día a los 15º, así que me tuve que vestir, deshacer la cama y dormir dentro de mi sábana encima del vil metal para poder taparme con las mantas. En ese momento descubrí que no sólo la cama era mala, también las paredes eran de papel de fumar, así que estuve escuchando primero a un enfermo de tuberculosis que estoy seguro de que murió esa misma noche (Dios lo tenga en su santa gloria), haciendo un dúo impecable con algún alegre de vientre y, para rematar, una nueva pareja que se estrenaba esa noche entre las sábanas de su bungalow barato. Después de casi dos horas en las que fumé, paseé y maldije mi suerte, conseguí dormirme de nuevo. Pero por poco tiempo. A las cuatro de la mañana sonaron los altavoces del campamento budista y comenzaron con una oración que se prolongó, con diferentes cambios de solista, hasta las siete de la mañana. ¡No acierto a comprender para qué querían altavoces si eran cuatro gatos y sin amplificar se oía perfectamente y era hasta agradable!
Cuando la naranja mecánica terminó sus ejercicios todos los gallos de la granja y del contorno estaban enloquecidos y yo más. Ni me duché; recogí mi petate, dejé las llaves puestas y me largué en dirección al río a por una de las cabañas de bambú que había visto. Éstas eran sencillas también, pero al menos estaban separadas unas de otras y no había monjes a la vista.
Así que sin apenas haber dormido fui a desayunar al primer sitio que encontré abierto a esas horas y después a alquilar una moto para explorar los alrededores y salir del maldito pueblo.
Encontré unas cascadas para bañarme en las afueras y me fijé que había muchos incendios en la zona. De noche se podía ver el monte ardiendo en varios puntos. Hacía mucho viento y en moto era muy molesto circular con humo, hojas y ramas volando.
Volví por la tarde al pueblo, me duché y salí de nuevo a investigar, después de comprobar que efectivamente no había monjes a la vista ni alrededor de mi cabaña.
Y en éstas ví un cartel en la terraza de un bar que decía Sex and Violence y entre tanto chiringuito con cantantes aburridos haciendo versiones para parejas y familias, me pareció la mejor opción y entré. No había apenas gente pero estaban poniendo una buena selección de r´n´r clásico y en menos de quince minutos ya había entablado conversación con un personaje de origen sueco que llevaba más de veinte años allí, de los cuales doce viviendo en las montañas donde se había casado con una mujer de la tribu con la que vivía, los Lisu, de los que luego me informé y quedan unos 20000 individuos. Me enseñó fotos de la susodicha y de sus dos hijos que estudiaban en Chiang Mai y eran todos muy guapos, así que o bien habían tenido la suerte de salir a la madre o bien no eran suyos. Este comentario me lo ahorré.
A partir de ahí no paré de hablar con todos los parroquianos. A la segunda cerveza el dueño me dijo que no me fuera, que iban a hacer algo de cena y así fue. Dos horas preparando al fuego pinchos morunos, pollo, patatas asadas, ¡pan con mantequilla! y comiendo. Una de las parejas que estaba allí se había casado en un templo que está en una colina de la ciudad hacía un año y estaban celebrando el aniversario, así que habían comprado comida para todos. Eran alemanes de baviera y él hablaba tailandés porque hacía quince años que pasaba las vacaciones allí. Al final había muy buen rollo general y todos muy majos, el dueño, un chaval punky tailandés y su novia irlandesa, el sueco, una pareja de italianos, un suizo, ingleses y luego autóctonos que fueron llegando: uno que parecía un sheriff, otro que era el Jack Sparrow de Pai, etc, etc, etc... el caso es que entré allí a las siete de la tarde y no salí hasta las tres de la mañana.
Ya veía un poco borroso cuando cayó en mis manos un ejemplar de El Jueves y acto seguido empezaron a sonar los primeros acordes del "Achilipú" de Las Grecas. Le pregunté que cómo coño conocía aquella canción y me señaló la pared. Tenía hojas pegadas con las canciones que la gente le iba apuntando para descargarlas después. Por supuesto pedí papel y lápiz y le dejé una buena selección de temazos.
Esa noche dormí del tirón, bien tapado con tres mantas sobre mi cama de bambú y arrullado por un coro de ranas.






                                      no me convence la decoración de mi máquina




                                    no lo parece pero es una gasolinera


                                          una mesa bien presentada


                                          a la vera del río



                                     cómo preparar un delicioso pancake de banana

                                            good life

                                              ice tea bamboo king

                                              blah blah bar

                                                 los bávaros


                                              el jefe

                                             el sheriff


Jack Sparrow viviendo del turismo


                                                      el jueves, no me libro de la crisis

                                               play list

                                              cenador sobre el río

 
                                              dejando huella


lunes, 27 de febrero de 2012

Flashmob en Chiang Mai

Mi último día en Chiang Mai lo dediqué a callejear, a ver algún museo y alguna exposición de fotografía que fui encontrando y a echar un buen rato en un par de librerías de libros usados, Backstreet Books y Gecko Books, porque no sólo de rumba vive el hombre. También quería preguntar en algún hostal más céntrico, saber precios, ver las habitaciones, etc. Saliendo de las avenidas principales de la ciudad, que son una locura y según a qué hora un infierno, te puedes encontrar como en un cámping o en un pueblo de vacaciones, sin tráfico, calles muy estrechas, casas de planta baja con jardines, una maravilla.
Casualmente me volví a encontrar con otro mercado gigantesco (sí, creo que es imposible no tropezar con un templo o con un mercado) y con mi compañera Alejandra, la colombiana, que es chévere, y nos dimos una vuelta para tomar algo e ir picando algo aquí y allá, probando cosas nuevas.
Se oía la voz de un hombre por los altavoces hablando sin descanso y no entendíamos nada, claro está, hasta que al final del discurso una voz de mujer rogó silencio en inglés. De repente todos se quedaron absolutamente quietos, los que estaban sentados se pusieron en pie, los que comían dejaron la comida y todos los occidentales hicimos lo propio mirándonos unos a otros. Todo ocurrió muy rápido y enseguida comenzó a sonar el himno nacional. No os podéis imaginar la impresión que me dio ver todo el largo de la calle con miles de personas absolutamente quietas y en respetuoso silencio. A mí los himnos no me ponen, especialmente desagradable me parece el nuestro actual, pero la situación me resultó pintoresca y un tanto emocionante:
http://youtu.be/-x9WWIxZOi8
Luego me enteré de que esto ocurre a diario y es fácil presenciarlo en ciertos lugares a las 8h. y a las 18h.
Y os dejo con unas fotos del día, especialmente de niños artistas (no hay un niño feo en Tailandia) y de músicos invidentes (muchos) que se sitúan a lo largo de la calle o deambulan en medio del gentío cantando con un micrófono y un amplificador portátil.

                                          huevos pintos




                  escarabajos, cucarachas, gusanos, saltamontes, pura proteína...

                                          ...pero yo ya iba comido











                                                   el Wat Chedi Luang con luna mora


sábado, 25 de febrero de 2012

Chiang Dao

La ruta del día nos llevaba a Chiang Dao, a unos 80 km. de Chiang Mai hacia el norte. Se hizo un poco largo el camino porque fuimos durante mucho tiempo por autopista. Cuando digo autopista me refiero a una del tipo de las de aquí, esto quiere decir que un coche puede cambiar de sentido cruzando la mediana, un señor mayor puede cruzar la calzada con la bicicleta o en muletas o un puesto de comida puede aparecer en medio del arcén en cualquier curva. Eso sí, lo que nunca hubiera imaginado era encontrarme un jinete a lomos de un elefante y con otro atado a su cola circulando en sentido contrario al nuestro por el arcén de la autopista. Como fue a la salida de una curva la sorpresa fue mayor aún y el buen hombre nos miraba y saludaba con la mano muerto de risa. Tardamos unos metros en frenar y mirando atrás con cara de tontos veíamos al tío como se alejaba a paso de elefante y sonreía y agitaba la mano. Son de estas cosas que te alegran el día.

Aquí hago un inciso para decir que estoy en contra de todo tipo de zoo, acuario o safari park con animales salvajes y que en este viaje no contribuyo con mi dinero a financiar ninguno de los miles de espectáculos o pseudo centros de acogida donde se utilizan elefantes, tigres o cualquier otra especie animal con ánimo de lucro:
http://turismo-responsable.com/s33

Por fin llegamos a Chiang Dao, tomamos una cerveza y preguntamos por las cuevas de Phra Non que están en una cordillera cercana a la que se llega por una carretera preciosa entre bosques y con pueblos muy pequeños y agradables.
El conjunto de cuevas resultaron ser tres galerías de entre 500 y 700 metros de longitud en un roquero cubierto de vegetación. Una de ellas estaba inundada así que no pudimos verla. A otra podías entrar por tu cuenta porque tenía iluminación y señalización y para la última contratamos una guía con lámpara de gas que nos llevó por galerías y nos fue enseñando lo típico de estos lugares, una piedra con forma de caballo, de gallo, de elefante, de pene, etc.
Nos dimos unos buenos coscorrones porque tuvimos que gatear por agujeros por los que la guía, que debía de medir menos de metro y medio, se movía con soltura y cogía perfectamente, pero a nosotros nos costaba más. Acabamos quitándonos la camiseta porque el calor se fue haciendo cada vez más bochornoso a medida que nos adentrábamos, cuando yo pensaba que estaría más fresco que en el exterior.
En ocasiones salíamos a alguna sala enorme con el techo lleno de murciélagos colgando y el suelo cubierto de bat-caca. Muy mullido.
Después de esta pequeña aventurilla regresamos por otro camino hacia Chiang Mai y como aún era de día nos acercamos al templo más importante de la zona que está en una montaña a 15 km y desde el que se tiene una vista de toda la ciudad y alrededores, el Wat Phrathat Doi Suthep. Pensamos que era un buen sitio para ver la puesta de sol y tomar una cerveza. Error.
1º. Es un templo, no hay alcohol.
2º. Había tal condensación en el ambiente que no se veía absolutamente nada.
De todas formas la carretera era una gozada, como la subida a Sto. Emiliano, y una vez arriba fue muy interesante ver la devoción de los fieles por este santo lugar, rezando y haciendo ofrendas. La bajada en grupo con otros veinte motoristas en pelotón hizo que me sintiera como un auténtico motero.
Y después de casi 400 km en los dos últimos días estaba destrozado. Parece mentira lo que cansa la moto, así que al llegar a casa nada mejor que un masaje (justo debajo del hostal tengo un lugar agradable) para recolocar todo en su sitio. La verdad es que me sentó genial y recuperé, así que me fui a Walking Street donde se celebraba el Saturday Night Market y aunque aquí todo es mercado, éste me gustó especialmente porque había mil artesanos con cosas muy chulas, no sólo cosas tradicionales si no cositas de diseño moderno. La pena es que sólo dispongo de una mochila, poco espacio y suficiente peso ya que cargar a la espalda como para comprar lo innecesario.
Y la anécdota del día: cuando iba por la calle, a la salida de un bar me encontré de frente con Jacoba y Enós, el sobrino de Rebe, que por lo visto están haciendo un curso de masaje thai aquí en Chiang Mai. Una sorpresa y un "calla ho" que me sonó entrañable. El mundo sigue siendo pequeño.









                               variante budista del típico jardín con enanitos

                                                    naturaleza agradecida
                                



                                        ministerio de información y budismo





                                               niñas de etnia Meo