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domingo, 25 de marzo de 2012

Luang Prabang

La ciudad de Luang Prabang es la capital de la provincia del mismo nombre y está situada en una península, en la confluencia de los ríos Mekong y Nam Khan. Las construcciones tradicionales se mezclan con edificios de estilo colonial francés y grandes e impresionantes mansiones, muchas de ellas reconvertidas en hoteles de lujo, y más de cincuenta templos. Es Patrimonio de la Humanidad y el principal destino turístico de Laos y sí, es guapa, limpia y fotogénica. Aceras de ladrillo, cuidados jardines y mucha vegetación por las calles y todo orientado al turismo, lleno de hostales, hoteles, spas y bares chic donde dejarte los kips. Nada que ver con lo visto hasta ahora. Tengo una bonita habitación con balcón, una conexión regular a internet y lo mejor de todo, una ducha caliente que hacía mucho que no probaba.
Desde que empecé el viaje apenas he visto el cielo azul unas pocas veces, cuando estaba en las montañas. Al principio pensaba que era la contaminación, luego que era la condensación y ahora me dicen que son los incendios. No sé cuál es la razón pero es difícil sacar una buena foto del paisaje con esta extraña luz, aunque creo que todo esto ya lo comenté anteriormente, pero es que el otro día paseando cuando el sol estaba en lo más alto, una bruma más oscura de lo habitual lo cubrió todo, oscureció el día y empezó a nevar ceniza. Se hacía muy incómodo caminar por la calle con los ojos medio cerrados.




















                                                  la mirinda

                                            ofrenda de flores y arroz

                                                              las chavalas

                                               el vendedor de cocos

                                  la parte no tan limpia de la ciudad



Y aquí en Luang Prabang tuve la oportunidad de ver (porque madrugué como el gallo) una ceremonia muy especial y emocionante, el Binthabat.
A las cinco y media de la mañana más o menos suenan los tambores de los templos y los monjes salen a recorrer las calles con sus cuencos metálicos, colgados en bandolera, en busca de la comida del día. En la calle todas las personas (sobre todo mujeres) se instalan en el suelo en sus esterillas con las dádivas preparadas, principalmente arroz glutinoso y fruta, esperando el paso de los monjes. De repente las calles se llenan de cientos de túnicas de color naranja que en fila india van haciendo el recorrido sin detenerse. Las mujeres no pueden tocar a los monjes, así que van arrojando la comida a su paso dentro de los cuencos.








Más adelante (y esto sí es duro) hay niños en el suelo con cestos o con simples bolsas de plástico en respetuoso silencio que también piden comida, y los monjes reparten lo recibido arrojando a sus cestos parte de su ración, también sin detenerse. Mientras, los turistas nos preocupamos de buscar el mejor lugar para obtener la mejor fotografía.





                                                  esta pequeña me hipnotizó



Y en unos minutos, tal como aparecieron, se fueron alejando hacia sus templos. Los niños recogían la comida del día para toda la familia y se iban corriendo a casa. Algunos llevaban tanto peso para lo pequeños que eran que les costaba caminar.







En esta ciudad en un par de días he visto grandes coches, hoteles de lujo, niños pidiendo comida en la calle y la bandera comunista (el único partido en la República Democrática de Laos) ondeando orgullosa en todos los edificios oficiales, en casas y en negocios. Algo chirría y creo que no son los ejes de mi carreta.

hasta el Nirvana siempre


Iba deambulando por las calles aún bajo los efectos de la hipnosis, cuando unos chillidos espantosos me sacaron de mi trance. Me asomé al río a ver a quién estaban torturando de esa manera y me encontré con que, entre muchas mercancías, estaban descargando una lancha de cerdos en la orilla. Aquello era insoportable. Algunos salían por su propio pie pero otros salían atados por las patas y colgados de un tronco de bambú que llevaban entre dos personas y era como estar en San Martín.
Allí mismo en la orilla eran pesados con la balanza y vendidos entre chillidos desgarradores y el griterío de los presentes.






                                         
Y así quedó el pobre gochón, patiatado, agotado y vendido a la orilla del Mekong:


Y algunos niños y niñas subiendo mercancía desde la orilla hasta la carretera:


                                        bueno, ésta no, que era muy pequeñina

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