Pai en sí es un pueblín con tres calles y un montón de caminos perpendiculares a éstas y un río, pero no sé por qué razón está lleno de gente, aunque ahora es temporada baja, y todo él está orientado al turismo y lleno de tiendas y cartelería anunciando todo tipo de excursiones. Algo sabía al respecto pero me habían dicho que merecía la pena parar para descansar, tranquilo y agradable. No me lo quiero ni imaginar si llega a tener playa. Son casi todo extranjeros, aunque últimamente también es un importante destino de vacaciones para los tailandeses. No me compliqué mucho y en el primer hostal que entré me quedé. Una granja con una serie de habitaciones que daban a un jardín, cama enorme, baño y ducha dentro para mí solito por primera vez.
Tenía pegado al recinto una acampada de monjes budistas que parecían estar de ejercicio de convivencias. Cuando llegué, los monjes estaban recitando sus mantras, uno por el equipo amplificado y los demás, unos treinta, repitiendo alrededor del altar. Todo muy bucólico.
Me dí una vuelta por el pueblo, que a pesar de estar lleno de farang, resultaba amable y acogedor, especialmente por la noche con la iluminación de las velas y lámparas de colores y con infinidad de locales muy sencillos pero decorados con gusto. A lo largo del río había cabañas para alquilar y varios puentes de troncos de bambú para cruzar a la otra orilla. Estuve tomando algo en varios locales, especialmente me gustó uno que se llama Good Life, con una carta de tés muy sugerente, donde hacían un chai con gengibre riquísimo. El local estaba hecho de madera, luego ví que como casi todos, con columpios para sentarte a la mesa, futones para estar tumbado, dos paredes cubiertas de semilleros de arroz y las otras con libros. Podías leer, alquilar, comprar o cambiar tus libros y había una buena selección de guías de viajes y mapas de la zona.
Cuando volví a mi habitación, con ganas de amortizar todo el lujo del que disponía para mí solo, a eso de las doce, comprobé que la cama tenía un colchón que no era más que una tela recubriendo un trenzado de muelles, ideal para un fakir. Como había tres mantas encima de la cama, además de un edredón, las extendí para cubrir aquellos alambres y me metí en mi saco sábana.
Bien, pues como a las dos de la mañana me desperté muerto de frío porque la temperatura debió de bajar de los 38º del día a los 15º, así que me tuve que vestir, deshacer la cama y dormir dentro de mi sábana encima del vil metal para poder taparme con las mantas. En ese momento descubrí que no sólo la cama era mala, también las paredes eran de papel de fumar, así que estuve escuchando primero a un enfermo de tuberculosis que estoy seguro de que murió esa misma noche (Dios lo tenga en su santa gloria), haciendo un dúo impecable con algún alegre de vientre y, para rematar, una nueva pareja que se estrenaba esa noche entre las sábanas de su bungalow barato. Después de casi dos horas en las que fumé, paseé y maldije mi suerte, conseguí dormirme de nuevo. Pero por poco tiempo. A las cuatro de la mañana sonaron los altavoces del campamento budista y comenzaron con una oración que se prolongó, con diferentes cambios de solista, hasta las siete de la mañana. ¡No acierto a comprender para qué querían altavoces si eran cuatro gatos y sin amplificar se oía perfectamente y era hasta agradable!
Cuando la naranja mecánica terminó sus ejercicios todos los gallos de la granja y del contorno estaban enloquecidos y yo más. Ni me duché; recogí mi petate, dejé las llaves puestas y me largué en dirección al río a por una de las cabañas de bambú que había visto. Éstas eran sencillas también, pero al menos estaban separadas unas de otras y no había monjes a la vista.
Así que sin apenas haber dormido fui a desayunar al primer sitio que encontré abierto a esas horas y después a alquilar una moto para explorar los alrededores y salir del maldito pueblo.
Encontré unas cascadas para bañarme en las afueras y me fijé que había muchos incendios en la zona. De noche se podía ver el monte ardiendo en varios puntos. Hacía mucho viento y en moto era muy molesto circular con humo, hojas y ramas volando.
Volví por la tarde al pueblo, me duché y salí de nuevo a investigar, después de comprobar que efectivamente no había monjes a la vista ni alrededor de mi cabaña.
Y en éstas ví un cartel en la terraza de un bar que decía Sex and Violence y entre tanto chiringuito con cantantes aburridos haciendo versiones para parejas y familias, me pareció la mejor opción y entré. No había apenas gente pero estaban poniendo una buena selección de r´n´r clásico y en menos de quince minutos ya había entablado conversación con un personaje de origen sueco que llevaba más de veinte años allí, de los cuales doce viviendo en las montañas donde se había casado con una mujer de la tribu con la que vivía, los Lisu, de los que luego me informé y quedan unos 20000 individuos. Me enseñó fotos de la susodicha y de sus dos hijos que estudiaban en Chiang Mai y eran todos muy guapos, así que o bien habían tenido la suerte de salir a la madre o bien no eran suyos. Este comentario me lo ahorré.
A partir de ahí no paré de hablar con todos los parroquianos. A la segunda cerveza el dueño me dijo que no me fuera, que iban a hacer algo de cena y así fue. Dos horas preparando al fuego pinchos morunos, pollo, patatas asadas, ¡pan con mantequilla! y comiendo. Una de las parejas que estaba allí se había casado en un templo que está en una colina de la ciudad hacía un año y estaban celebrando el aniversario, así que habían comprado comida para todos. Eran alemanes de baviera y él hablaba tailandés porque hacía quince años que pasaba las vacaciones allí. Al final había muy buen rollo general y todos muy majos, el dueño, un chaval punky tailandés y su novia irlandesa, el sueco, una pareja de italianos, un suizo, ingleses y luego autóctonos que fueron llegando: uno que parecía un sheriff, otro que era el Jack Sparrow de Pai, etc, etc, etc... el caso es que entré allí a las siete de la tarde y no salí hasta las tres de la mañana.
Ya veía un poco borroso cuando cayó en mis manos un ejemplar de El Jueves y acto seguido empezaron a sonar los primeros acordes del "Achilipú" de Las Grecas. Le pregunté que cómo coño conocía aquella canción y me señaló la pared. Tenía hojas pegadas con las canciones que la gente le iba apuntando para descargarlas después. Por supuesto pedí papel y lápiz y le dejé una buena selección de temazos.
Esa noche dormí del tirón, bien tapado con tres mantas sobre mi cama de bambú y arrullado por un coro de ranas.
no me convence la decoración de mi máquina
no lo parece pero es una gasolinera
una mesa bien presentada
a la vera del río
cómo preparar un delicioso pancake de banana
good life
ice tea bamboo king
blah blah bar
los bávaros
el jefe
el sheriff
Jack Sparrow viviendo del turismo
el jueves, no me libro de la crisis
play list
cenador sobre el río
dejando huella