En la misma habitación del albergue en que nos quedamos me encontré con un chaval de Avilés, Dani, que vive en Gijón y que me conocía de vista. Toda una sorpresa. Estaba en la cama de al lado y a mí me sonaba su cara pero no sabía si era de verlo en algún momento del viaje o de más lejos. El caso es que fue un encuentro prestoso y estuvimos todo ese día por ahí juntos antes de que se fuera hacia el sur en autobús. El mundo sigue siendo pequeño pequeño.
Y compartiendo mesa con un alemán y un americano que viajaban juntos, me hablaron de un sitio muy especial a unos veinte kilómetros de la ciudad, en medio de un bosque: http://www.dreamtime-laos.com/ y tan bien me lo pintaron que decidimos ir hasta allí para escapar de la ciudad. Y allí llegamos después de coger un autobús local, luego un tuktuk de los grandes y por último hacer dos kilómetros caminando desde la última aldea. Íbamos con intención de trabajar a cambio de alojamiento pero no había nada de trabajo para nosotros así que nos dedicamos a explorar los caminos que atraviesan el bosque, comer, beber y estar tumbados panza arriba. Para una vez que uno quiere trabajar...
Un buen día de descanso en la cabaña común, con buena comida y buen ambiente. Apenas una docena de personas distribuidas por el bosque en cabañas muy apartadas una de otra y rodeados de árboles y vegetación. Sin electricidad.
De noche, tras la cena conjunta, tuvieron que venir a buscarnos por el bosque porque después de casi media hora dando vueltas con linternas, no fuimos capaces a llegar a nuestra cabaña, que estaba a trescientos metros del comedor. Una risa y una vergüenza, pero es que había infinidad de senderos que se cruzaban y nos perdimos.
Ya acompañados, pudimos escuchar por el camino un sonido muy inquietante, el rugido de la marabunta. Hormigas rojas gigantes en masa, capaces de comerse todo lo que encuentren a su paso y que cuando se desplazan en conjunto sobre el suelo de hojas secas hacen un ruido que pone los pelos de punta.
Al día siguiente, después de un buen desayuno, hicimos el camino de vuelta a Vientiane y como nos quedaban pocos días de visado en Laos, decidimos cruzar la frontera a Tailandia por el Puente de la Amistad que une las dos orillas del Mekong y pasar el día en Nong Khai disfrutando de los placeres del país vecino y especialmente de su gastronomía. Por desgracia una repentina crisis diarreica se presentó sin avisar y nos dejó tirados al poco de llegar. Como teníamos hambre pensamos que era una buena señal y comimos varias veces pero no podíamos retener nada en el cuerpo durante mucho tiempo, así que estuvimos haciendo el baile del caga-traga todo el día hasta que ya no teníamos ni fuerzas ni ganas de movernos de la habitación. No estoy seguro de qué fue lo que nos sentó mal pero apuesto a que fue una sopa de noodles que comimos en la estación de autobuses. No sé cuántos días llevaban cociendo la pasta en el mismo caldo, pero si hay quien puede leer en el poso del café, yo pude visualizar claramente el futuro inmediato en el poso de aquella sopa. Al día siguiente regresamos a Vientiane con el nuevo visado, después de taponar fugas con una estricta dieta a base de arroz cocido y plátanos y pasar la tarde recuperando. Ahora sí que ya no me quedan agujeros en el cinturón y creo que hasta la mochila me queda grande. Pero sigo de buen humor y voy ligero como la brisa.
Esa noche la pasamos en un dormitorio compartido con bastante gente, barato, sucio y feo. Tan amaneció con la espalda llena de picaduras de chinche y no fue el único porque me encontré a una japonesa en el vestíbulo con los brazos abrasados. Yo tuve suerte con mi colchón.
Cogimos el autobús local, el más económico, hacia Thakhek al día siguiente por la mañana ya con más confianza en nuestras posibilidades y por fin hicimos un viaje completo por carretera asfaltada. Los trescientos kilómetros en sólo séis horas y por una zona llana con grandes rectas ideales para poder dormir algo y darle un descanso al estómago.
Thakhet tiene unos 40.000 hab. y conseguimos alojamiento en un hostal donde compartimos habitación con otras diez personas de Australia, Sudáfrica, Alemania, Italia, Israel e Inglaterra y en el patio, ya de noche y alrededor de un fuego, intercambiamos información acerca de los sitios de interés de los alrededores. Esta ciudad es conocida por ser el punto de partida de lo que llaman The Loop, un recorrido de casi quinientos kilómetros ideal para hacer en moto o en bicicleta y disfrutar de un paisaje espectacular por carreteras sin asfaltar, que es básicamente lo que nos hizo detenernos aquí en nuestro camino hacia el sur. Al día siguiente, un buen paseo para conocer el pueblo y comer algo a la orilla del Mekong, siempre presente. De la que andábamos por ahí se nos acercó un mochilero que nos preguntó por un sitio bueno y barato para dormir y le explicamos donde estábamos alojados. Después de un rato su acento me pareció español y le pregunté. Manu, de Barcelona, me dijo: -Qué casualidad, hace unos días conocí a un asturiano que se parece un huevo a tí, también con barba- y yo le pregunté: -¿Un tal Dani?-. Y sí, es de risa, pero era él. Sólo a un tolai como Luis Roldán se le puede ocurrir venir a esconderse aquí.
Al nuevo colega lo acompañamos al albergue y lo dejamos instalado. Por cierto, venía de Vientiane, del mismo albergue que nosotros y con el cuerpo abrasado por los chinches.
Buddha Park (Vientiane)
Pha That Luang (Vientiane)
Patuxai (Vientiane)
con Dani, el asturiano
puesta de sol en el paseo del río Mekong
adivinando el futuro
el comunismo bien entendido
héroes locales
nuestro taxi, que llegó un poco cargado
caminando hacia el Dreamtime Eco Retreat
nuestro hórreo
Tan, más chino que nunca
el comedor y sala de estar
la salida del cole es un espectáculo
Y éstas son algunas fotos de Thakhet:
...y allá a mi frente Tailandia
con la iglesia hemos topado
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