Pues con esto debajo del culo salimos hacia la Llanura de las Jarras, devorando kilómetros (y kilos de polvo) por pistas de tierra.
Es lo que llaman el Stonghenge de Asia: unas misteriosas vasijas talladas en roca maciza agrupadas en diferentes localizaciones alrededor de Phonsavan y en un área de muchos kilómetros. Se cree que datan de la Edad de Hierro pero se desconoce qué pueblo las puso allí, con qué fin y cómo. El tamaño varía entre uno y tres metros y el peso va de una a séis toneladas. Para mí, que soy seguidor de Cuarto Milenio y fan del experto Iker Jiménez, son obra de inteligencia extraterrestre sin ninguna duda.
Este valle fue duramente castigado por los bombardeos y no fue hasta hace poco que se limpió una extensa zona con el fin de poder abrirlo al público. De esta manera y con la declaración de Patrimonio de la Humanidad, se pretendió dar una posibilidad de desarrollo a las gentes del lugar. Cuando te mueves por aquí, tienes unas señalizaciones que indican los pasos seguros, o sea, limpios de bombas. Nosotros pensamos que era un reclamo más para aumentar el morbo del turista y anduvimos con la moto alegremente por todos los caminos y praderías que nos apeteció, pero después de ver los documentales que vi y de ojear unos cuantos libros, la sensación que me queda es un poco extraña.
Si subes a una loma puedes ver los cráteres dejados por las bombas, un agujero donde aún no crece nada debido a la contaminación del proyectil. El tamaño del socavón, lógicamente, es proporcional al del pepino. Las bombas eran de un peso de entre 100kg y 1000kg y así hay cráteres de más de cincuenta metros de diámetro.
Y éstas son las jarras:
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