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domingo, 5 de agosto de 2012

Nepal: Mahendranagar, Butwal, Lumbini

Deprisa, deprisa...
Para salir de India, desde donde estaba, tuve que pasar por cinco estados antes de alcanzar Banbasa, la frontera más cercana:
Himachal Pradesh, Punjab, Haryana, Uttar Pradesh y Uttaranchal. Lo que más me fastidiaba era tener que desandar lo andado y tener que hacerlo a toda prisa.
Salí de Manali a las cinco de la tarde en dirección a Chandigarh, adonde llegué a las cuatro de la mañana. En la estación a esas horas había poca gente y los tres más pintas del lugar enseguida se me acercaron. Llevaban un tambor y un didgeridoo. Eran de Rishikesh. A uno de ellos lo reconocí, y él a mí, porque trabajaba en uno de los bares donde paraba. Habían ido a las montañas escapando de las hordas de peregrinos que inundaron los días anteriores la ciudad. Mi plan era coger un bus a Haridwar y de allí llegar a Rishikesh, pero tenía que esperar tres horas. Ellos me explicaron que había un bus que salía enseguida hacia Dehradun y que allí cogerían otro a Rishikesh y me invitaron a ir con ellos. Así que cambié de planes sobre la marcha y subí al bus con mis nuevos amigos, que no sólo no intentaron aprovecharse de mí sino que me invitaron al chai y se preocuparon de cederme siempre los mejores asientos para que pudiera estirar las piernas. Lo que a mí me costaba siempre un cierto tiempo resolver (saber qué autobús coger y hacia dónde) con ellos fue un paseo. Y bastante más barato. Así que a las tres de la tarde llegué a Rishikesh con tiempo para despedirme de algunos amigos y dormir en el mismo ashram, en la misma habitación, en la misma cama. Qué guapo ye volver a casa.
A las séis de la mañana cogí un rickshaw hasta la estación y un bus a Haridwar. Allí, otro autobús que tras nueve horas me dejó en Banbasa, un lugar bastante deprimente donde cientos de nepalís esperaban, sentados en la carretera, un vehículo que los llevara a alguna parte. Como llegué a última hora de la tarde y no sabía si la frontera estaría abierta a esas horas ni lo que me iba a encontrar al otro lado, decidí hacer noche allí en uno de los dos únicos hostales que había. Al día siguiente salí temprano, con la fresca, y me despedí de India a lo grande: subido en un carro tirado por un caballo en el que hice los últimos cinco kilómetros. Un agradable paseo por el bosque y a la vera del río. Luego, crucé el río caminando con el resto de la gente por una presa hasta el puesto de la policía india, donde coincidí con Celine, una chica francesa majísima con la que estuve intercambiando información durante una hora. Ella entraba en India y yo en Nepal y después de unos cuantos días sin apenas ver un rostro pálido, agradecí la conversación.
Odio las fronteras y cuantas más cruzo menos me gustan pero ésta fue, de largo, la más relajada y agradable por la que pasé hasta ahora. No cruzan muchos occidentales por este paso (en los últimos días sólo nosotros dos) y allí, cómodamente sentado en una silla, rellené los papeles correspondientes y esperé por el sello de salida.
Después aún tuve que andar dos kilómetros por un camino entre bosque y pastos, cruzándome con mucha gente. Las relaciones entre India y Nepal son fluidas y los nepalís pasan de un lado a otro sin muchos problemas.
Primera diferencia con respecto a India: me crucé con cantidad de mujeres, en bici o conduciendo el ganado, muy sonrientes y simpáticas (y muy guapas) que me saludaban alegremente. Esto en India era raro raro.
A lo largo de este paseo había muchos puestos de venta y paré a tomar un chai para desayunar tranquilamente, sin saber muy bien si estaba en India, en Nepal o en tierra de nadie.
Los indios son muy curiosos (o directamente cotillas) y preguntones. A la mínima te sueltan una batería de preguntas que no sé muy bien si son para practicar su inglés o una forma de "encastarte", porque a la tercera tranquilamente te preguntan cuánto ganas. Después de tres meses en India ya tenía preparados varios CV: fuí joyero, profesor, camionero, músico o taxidermista y estuve casado, separado o divorciado tres veces, con cuatro hijos o bien toda mi familia se había muerto en un accidente de tren, todo esto dependiendo de la cara del primo o de mi estado de humor. Aquí desayunando, di una vuelta de tuerca más a mi vida y cuando me preguntaron si era musulmán dije que sí. Cuando me preguntaron si en España todos eran musulmanes contesté que la mayoría. Cuando me preguntaron si estaba casado respondí que tenía tres esposas y séis hijos a los cuales había dejado a cargo de mis cinco hermanos mientras yo hacía una peregrinación por lugares santos de India y Nepal. Me costó salir de alli porque tenía a cinco tíos alrededor que parecían de recursos humanos y querían saber todo de todo.
El paseo terminó un kilómetro más allá cuando por fin llegué al puesto de la policía nepalí de Gadda Chauki, también muy relajado. Tenían un mapa en la pared así que pude anotar algunos lugares e informarme de las distancias. Me subí a un bus local para hacer los diez kilómetros que había hasta Mahendranagar, un pueblo bastante horrible, donde después de cambiar dinero (ahora ya tenía en mi cartera dólares, algún euro, bahts tailandeses, rupias indias y rupias nepalís) y de comprar un billete de bus para salir pitando, me fijé en un baba que venía caminando vestido con un pañuelo naranja, con las rastas enrolladas en la cabeza y que resultó ser americano. Aadi Baba, como así se presentó, era de Philadelphia, acababa de salir de un largo retiro en un templo de la zona y compartimos mesa y mantel mientras esperábamos la hora de salida de nuestros respectivos autobuses. Los dos únicos rostros pálidos en aquel lugar. Él iba hacia Katmandú y yo a Butwal. Me dio una serie de datos de ciudades y lugares donde quedarme que me vinieron muy bien porque hasta ese momento estaba viajando a ciegas.
Segunda diferencia importante con respecto a India: hay anuncios de alcohol por todos lados, muchas licorerías y en casi todos los bares se sirve alcohol de todas las graduaciones.
Me subí a ese autobús, que me hizo añorar alguno de los peores viajes que recuerdo por tierras de Laos, y después de quince horas (nuevo récord) de nada, aterricé en Butwal, una ciudad en el centro-sur del país. El paisaje durante este trayecto fue bastante diferente a la imagen que tenía de Nepal, donde esperaba verme rodeado de montañas, y discurrió por una inmensa llanura de arrozales, bosques y rectas interminables. Por cierto, aparte de las 3.568 +/- paradas, conté que pasamos séis controles militares, de esos con ametralladoras y sacos de arena, y nos registraron las ocho veces el autobús. Por la noche, a la luz de las linternas, daba un poco de cosa, aunque todo el mundo estaba muy tranquilo y me decían que no me preocupara. Luego me enteré de que la guerrilla maoísta aún se deja ver de vez en cuando por esa zona.
Butwal no tenía nada especial que ver, de hecho creo que la mayor atracción del día fui yo, el único blanquito de la ciudad, pero tenía los pies tan hinchados del viaje y el culo tan dolorido, que decidí quedarme allí a descansar todo el día.
Tercera diferencia con respecto a India: las mujeres, cuando viajan de paquete en bici o en moto, van sentadas a lo amazona. En India siempre van con las dos piernas hacia un lado, montando a mujeriegas.
Al día siguiente cogí otros dos autobuses para llegar a Lumbini, cerca de la frontera con India, lugar donde nació el príncipe Siddhartha Gautama (siglo VI a.c.), el mismo que unos años más tarde se convertiría en Buda en un lugar llamado Bodh Gaya (India) del cual ya hablé aquí.
El pueblo es pequeño, rodeado de arrozales hasta donde te alcanza la vista y tiene al lado un recinto de 3 km. cuadrados de bosque, lagos y jardines, dentro del cual hay decenas de templos budistas de todas las nacionalidades y donde se encuentran los restos de Kapilavasthu, el lugar exacto del nacimiento.
Y dentro de este recinto me hospedé en el Korean Temple, donde por 300 rupias tenía una habitación compartida, una esterilla, una mosquitera, agua potable, té a discreción y tres comidas de calidad al día. El templo debe tener capacidad para varios cientos de personas aunque aún está en construcción, pero esos días no éramos más de treinta los que estábamos allí, monjas y monjes aparte. Por cierto, los monjes budistas coreanos visten de gris. Y gris era todo el templo, de hormigón armado.
Allí hice mi particular vipassana porque prácticamente no abrí la boca en los dos días que estuve. Todos eran chinos o coreanos y meditaban y meditaban, así que no había muchas opciones. El desayuno a las séis de la mañana, la comida a las once y la cena a las séis, con escrupulosa puntualidad.
Aparte de largos paseos por el bosque con un calor bochornoso y de rascarme las picaduras de los mosquitos que me comieron entero, no hice otra cosa que esperar a que sonara la campana que anunciaba el rancho. Eso sí, el último día casi al anochecer, volviendo de ver la puesta de sol en los arrozales que rodean el recinto, me salió al paso un chacal. Nos paramos, nos miramos, nos medimos y siguió su camino tranquilamente. Fue lo más emocionante que me pasó en esos días. Eso y el lagarto que se me metió dentro de la mosquitera y colgaba a dos palmos de mi cara cuando abrí los ojos por la mañana.




¿os acordáis de Martes y Trece?


 las bestias de Mahendranagar


y aquí la bella


 Éstas son de Butwal, no me inspiró mucho...





Roque, amigu, ayer tuve una pesadilla

on the bus to Kentucky

Y éstas son de Lumbini:




 aquí nació la criatura


mola más con Wagner sonando a todo volumen





 ouh yeah those were the best days of my life...

  Eleuterio Sánchez


 dedicada: Re, en clave de sol

Korean Temple: de momento no tiene mucho colorido

 los ojos de Buda que todo lo ven

 el hormigón es muy limpio









 una mani

Y no sé qué pasa, pero me fui de España y pasamos a mejor gloria. Me fui de India y aquello fue el acabose: Monzónapagónhostión.


 
Egpaña que estás en los cielos...






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