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lunes, 11 de junio de 2012

Varanasi

El agua y el fuego, la tradición, la religión, lo mundano y lo espiritual, la vida y la muerte paseando de la mano a orillas del Ganges. Un viaje en el tiempo. Es ciudad santa y hasta aquí llegan peregrinos de toda India a purificarse en las sagradas aguas del río, a rezar y también a morir. A mí me recibió con luna llena y enseguida me atrapó su magia.
Desde mi hostal hasta el crematorio principal de Manikarnika Ghat hay escasos metros de distancia y el desfile de cadáveres hacia el crematorio es continuo. Enseguida te acostumbras a ver pasar los muertos envueltos en tela, sobre camillas de bambú que portan los familiares por los estrechos callejones esperando su turno para arder en la pira. Inmensas pilas de leña se amontonan alrededor del crematorio. El fuego no se apaga nunca, ni de día ni de noche y mientras unos bañan a sus muertos en el río antes de incinerarlos a la vista de todos, otros toman tranquilamente un chai, conversan o se bañan al lado de las montañas de ceniza que se van formando mientras vacas y perros circulan libremente entre el gentío.
La primera noche bajé al ghat y había más de cuarenta grados, quince fuegos alrededor mío, campanas sonando sin parar a ritmo frenético, porteadores de leña abriéndose paso a voces entre la gente, perros ladrando, vacas ramoneando entre la basura... Me sentía como drogado. Y después del primer impacto todo se relativiza y lo ves todo con normalidad. Ves a los muertos arder y a los vivos trillar las cenizas buscando el oro fundido de los incinerados. Ves a los niños saltar al río con bidones de agua atados a la espalda a modo de flotador y al lado un par de cadáveres. Puedes tomar un chai al amanecer y conversar con algún sadhu mientras a tu alrededor la gente lava la ropa azotándola contra las piedras. Alguien practicando yoga, alguien meditando, el vendedor de fruta, el que intenta venderte hachís, el masajista, el iluminado, el loco...
Últimamente cada vez me cuesta más ponerme a escribir y no sé si es que el calor me está fundiendo las neuronas o es que no me veo con suficientes recursos para describir todo lo que veo a diario.
El calor no ayuda, la verdad, porque con 48º os puedo asegurar que te queda en el cuerpo lo justo para respirar y beber. Beber como nunca en mi vida había bebido. Un día, por curiosidad, conté nueve litros de agua (más alguno más que tengo que beber durante la noche) y lo más curioso es que voy al baño mucho menos que cuando estoy en casa, lo que quiere decir que lo sudo todo y muy rápido.
La tercera noche que pasaba en Varanasi, mi marca personal de 23 días en India sin diarrea se truncó bruscamente y creí que aquí se acababa todo. Convencido como estaba de que Jesús me amaba, desperté a media noche creyendo que me llamaba urgentemente a su lado... Tres días me pasé arrastrándome de la cama al baño y del baño a la cama echando lo que tenía dentro por todos los orificios de mi cuerpo. Como mi celda estaba en el cuarto piso, lo más que podía hacer era subir una planta hasta la azotea donde estaba el restaurante y allí tirarme bajo el ventilador a esperar que pasara la tormenta intestinal. Por suerte conté durante esos días de agonía con la asistencia de un par de españoles que había conocido en Darjeeling y que me volví a encontrar aquí. En un momento que me vi mejor bajé a la calle a comprar suero. Cuando estaba en un callejón de un metro de ancho me vi atrapado entre un cortejo fúnebre, una bicicleta y una vaca, todo mareado. Antes de que pudiera reaccionar la vaca me meó en los pies. Patinando en mis chanclas y tambaleándome, llegué al hostal y tuve que tumbarme en recepción antes de enfrentarme a aquellas escaleras que parecían trazadas por Escher.
Y al cuarto día de repente me sentí mejor, con fuerza y muy contento de volver al mundo de los vivos. Salí a comer algo y sentí que todo había pasado ya. Y esa noche, a las tres de la mañana, picaron a mi puerta y cuando abrí, allí estaba Leo con una cara que era mezcla de susto, de alucinado y de alegría por encontrarme después de viajar doce horas en tren desde Delhi y haberse dado ya un buen baño de India.


















 viva San Fermín









En estos días de contemplación y de observación de mi cuerpo, el único pasatiempo que me quedaba eran los monos. Varanasi está lleno de monos y son los dueños de las azoteas y la de mi hostal es la más alta de la zona, una buena atalaya desde donde mirar el río y las actividades de estos cabrones tan parecidos a nosotros. Es todo un espectáculo verlos saltar de casa en casa armándola siempre. En el ashram que tengo al lado se colaron en una habitación y en menos de cinco minutos salieron volando por la ventana y la puerta abierta, libros, ropa y toda clase de objetos. Tienen un depósito de agua en la azotea y es el lugar donde vienen una tropa de ellos a bañarse por la tarde. Eso de que a los monos no les gusta el agua es mentira. Yo los he visto tirarse uno detrás de otro de cabeza por el agujero del depósito, nadar y bucear en el tanque antes de volver a salir de un salto. Y acto seguido coger la ropa del tendal, secarse con ella y tirarla después a la calle o descolgarse por un canalón en plan bombero con unos calzoncillos en la cabeza.
Y a la puesta de sol el cielo se llena de cometas que vuelan desde las azoteas. Yo pensaba que en esto los chinos eran los reyes pero hay que ver lo que los indios son capaces de hacer con unas cometas muy pequeñas y sencillas que son capaces de volar a cientos de metros.


 Leo tomando su primer chai





 Leo y su tercer ojo

Manikarnika Ghat a pleno rendimiento

Y para terminar, una de graffitis y rotulación a orillas del Ganges:



 space invaders






3 comentarios:

  1. que bueno ese cruce de caminos...os quiero chicos

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  2. descenso a los infiernos en varanasi... yo tuve la misma experiencia... después de llevar allí más de un mes... toma! el calor el agua la impresión de los crematorios el río... ya estás bautizado! muchos besos hermano... vuelve pronto

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