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lunes, 21 de mayo de 2012

Viaje a Darjeeling

Escapando del calor como rata que abandona el barco, cogí un taxi a la estación de Sealdah (Kolkata) donde tenía que subirme al tren de las 22h., el Darjeeling Mail. Cuando me bajé del taxi aterricé en un caos monumental de bultos, coches, autobuses, rickshaws, bocinas sonando y gente gritando. Me tomé unos momentos para centrar la vista y localizar la entrada y cuando conseguí cruzar el umbral de la estación ¡pensé que estaban evacuando la ciudad!. Preguntando, esquivando y saltando por encima de personas que había tiradas por el suelo (supongo que vivas aunque en posturas poco naturales para personas durmientes) llegué al andén correcto y a mi vagón. Acababan de abrir las puertas y aquello era el Camarote de los Hermanos Marx. Los números de las literas no estaban muy claros y preguntando aquí y allá iba de un compartimento a otro girando con la mochila a la espalda y todo el mundo en el pasillo con sus bultos haciendo lo mismo que yo, dando vueltas sin sentido y discutiendo y dando voces. Al final tiré la mochila en una litera y subí escapando del tumulto y cuando estaba de rodillas en la litera, un señor que estaba abajo discutiendo con otros dos, me agarró del tobillo y me empezó a increpar. Todo era tan absurdo que me dio la risa boba nerviosa y yo también empecé a gritar: -"sixty two, it´s mine"- dispuesto a pelear por la plaza que tanto me había costado conseguir. Bueno, después de un rato discutiendo resultó que el hombre tenía razón, así que lo tranquilicé, le pedí que por favor me soltara la pierna y le aseguré que en cuanto aquello despejara un poco y pudiera bajar al suelo lo haría encantado. Cuando veinte minutos después de haber entrado en mi vagón conseguí alcanzar mi litera en el tercer nivel, cerca del techo y justo debajo del ventilador, di gracias a Brahma, Vishnu, Shiva y a todos los presentes que me ayudaron a encontrarla.
Después de todas estas emociones y de haber pasado el día caminando por Kolkata a más de 42º, ni vi al revisor que me despertó para pedirme el billete, recuerdo que se lo dí sin casi abrir los ojos y seguí durmiendo buena parte de las diez horas que duró el viaje hasta New Jalpaiguri. De allí una especie de taxi me llevó unos pocos kilómetros hasta Saliguri, donde me subí a un todo terreno para hacer un viaje de tres horas con otras once personas hacia Darjeeling.
A los pocos kilómetros de viaje empezaron a verse los primeros campos de té y justo ahí la carretera de repente apuntó hacia arriba y comenzó una subida directa hacia el cielo (cielo que llegué a ver muy de cerca en algún tramo que pasamos con media rueda colgando en el vacío) con rampas bastante peores que las del Angliru.
Darjeeling está a 2.134m. de altitud y yo, con mi habitual ignorancia, pensé que era un pueblín de montaña cuando en realidad se trata de una ciudad de más de cien mil almas esparcidas por las laderas de la montaña. En la parte baja el caos y el ruido es monumental sobre todo ahora que coincide que estamos en la época de vacaciones para los indios y todos vienen aquí escapando (como ratas que abandonan el barco) de los calores de la llanura. Y los indios tienen el mismo problema que los madrileños, son demasiados.
Pero aquí en lo alto del todo, en la cima de la montaña, después de muchas cuestas y escaleras, me muevo en una zona relativamente pequeña que es realmente un pueblo, agradable, tranquilo y sin coches y desde donde disfruto de bellas vistas (cuando hay mucha suerte y el amanecer está despejado) del Kanchendzonga en el horizonte y de los campos del mejor té del mundo ladera abajo.
La gente aquí es más nepalí o tibetana que india y hay un fuerte sentimiento de unión con esos pueblos y un activo movimiento independentista. Esto no es India, esto es Gorkhaland. El otro día hubo un mitin y las calles fueron cortadas al tráfico, todo se llenó de soldados armados y de policía con estacas del mismo tipo que las que se usaban para atizar a los seguidores de Gandhi cuando luchaban por la independencia. Hay cosas que no cambian.
Después de unos cuantos días aquí y de caminar montaña abajo y arriba, aparte de tener unas buenas agujetas, tengo una herida en un pie que empezó siendo nada hace un par de semanas, que se puso peor en Bangkok, muy mal en Kolkata y a pesar de mis cuidados terminó infectándose. Acabé yendo al hospital a que me viera un médico y fue toda una experiencia. El hospital es una pequeña construcción de madera de la época colonial, donde por el mismo precio me curaron la herida del pie y la que me hice en la cabeza cuando casi arranco el marco de la puerta al entrar en el habitáculo de la sala de curas, y esa sí que dolió. Me recetaron antibióticos para una semana y aquí estoy descansando tranquilamente. Ahora ya me puedo calzar, así que en breve me tiraré al monte, que para eso vine hasta aquí. Es muy normal que las heridas que en casa no tienen ninguna importancia y que curan enseguida, aquí tarden mucho en cicatrizar o se compliquen. Lo que también son normales son los chinches y las diarreas, que es tema de conversación habitual entre los extranjeros, aunque yo hasta ahora voy librando. Me hace gracia porque ahora ya como por la calle y en sitios donde los primeros días ni me atrevía a entrar y soy adicto a los momos entre otras delicias indias que voy descubriendo cada día. He recuperado mi dieta vegetariana y no he bebido una gota de alcohol desde que llegué a India, sólo café y té, porque una cerveza (cuando la encuentro) me cuesta casi tanto como la cama y eso de momento me descoloca un poco.
Caminando por la parte alta de la ciudad este domingo, escuché un coro de voces y música que salía de un edificio. Levanté la vista hacia las ventanas y en la fachada se leía Full Gospel Church así que por curiosidad subí las escaleras hasta el segundo piso y en cuanto me asomé a la puerta un señor me indicó que pasara y me sentara. Impresionante, esto sí que fue algo exótico. Una banda con batería, guitarra, sitar, teclados y cuatro cantantes en el escenario animaba a unas ciento cincuenta personas que cantaban y daban palmas en la sala, las mujeres vestidas con saris y los hombres y niños vestidos de domingo. La cosa fue in crescendo y durante casi una hora los músicos no dejaron de tocar y cantar y la gente salía a bailar y agitaba pañuelos, así que acabé poniéndome de pie como todo el mundo, dando palmas y tarareando. Qué queréis que os diga, me emocioné. Y al cabo de una hora salí de allí sudando, feliz y convencido de que Jesús me amaba. Y todavía me ama, porque ayer sin ir más lejos dejé mi cámara olvidada en un bar donde estaba desayunando. Me di cuenta una hora más tarde y volví corriendo pero ya no estaba. Uno de los presentes me dijo que la chica que estaba en mi mesa se la había llevado. La conocía porque había compartido habitación con ella y con otra chica dos noches atrás. Fui hasta su hostal y me dijeron que ya se había ido pero que había dejado una cámara allí para mí. No me dejó ninguna nota, pero me hizo mucha gracia encontrarme esta foto en la cámara como prueba de buena fe:


Una de las atracciones de Darjeeling es el Toy Train, un tren que es un juguete y una reliquia y que con máquina de vapor y un ancho de vía de sólo 60cm. serpentea por la montaña hasta llegar aquí arriba. Fue construido por los ingleses en 1.880 para transportar el té de las plantaciones y ahí está todavía.




Y éstas son algunas fotos de Darjeeling:






 Clock Tower, que sigue dando las horas con la misma sintonía que el Big Ben



 la falta de agua es uno de los probemas de la ciudad y transportarla es una de las tareas diarias









 aún me choca ver juntos símbolos como la cruz, el om y la esvática


 verde que té quiero verde té





 el contenedor de basura


 y pitan, vaya si pitan









un pequeño lujo: apple muffin en Glenary´s

 algunos de mis compañeros de hostal

 Nicolás y su ukelele...

 ... y la joya que hizo para mí








 cool man

las niñas y las chuches


habitación con vistas

Y un pequeño homenaje a esos porteadores que nunca llegarán a medir más de metro y medio y que tienen una fuerza descomunal:





Y eso es todo por el momento. Ya tengo en mi mano el permiso necesario para ir a Sikkim, una zona restringida aún más al norte, aún más en la montaña, entre Nepal, Tíbet y Bután. Y de momento muy relajado y sonriente disfrutando del frescor (y a veces del frío) de la montaña, convencido de mi buen karma y de que nada malo me puede pasar porque Jesús me ama. 




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